lunes, 27 de julio de 2009

Tres



Era navidad, en realidad noche buena, y después de muchos años estábamos los tres solos (o solamente con nosotros) en medio de primos y tíos. No había parejas ni amigos ni nada más que el resto de la familia y nosotros, hermanos reencontrados. La celebración empezó temprano y despelotada, como siempre. Algunos más fueron cayendo entre bocaditos y vasos de cerveza. La cena llegó entre risas y anécdotas y discusiones.

La mesa de grandes y chicos (aunque los chicos también fuésemos grandes ya). La fila plato en mano para elegir de qué bandeja servirnos. Las botellas de bebida circulando por la ronda. La charla bulliciosa, los chistes, las anécdotas, el resumen del año de cada uno, el postre, la sobremesa con garrapiñadas y tantas otra cosas dulces e irresistibles. El champán, el brindis, los besos, los abrazos, los buenos augurios, la ceremonia de los regalos y después la noche debía terminar.

Esa no era nuestra ciudad. Esa noche no íbamos a bailar ni a brindar en otras casas. Ese 24 (aunque ya fuese 25) de diciembre, como nunca, alguien sacó de algún cajón un mazo de naipes. Punta y hacha dijo alguno y sumamos seis para la ronda. Salimos, volvimos a la mesa larga que nos vio cenar. Nadie tiró los reyes. Esa noche nosotros tres jugábamos juntos por primera vez. Nos distribuimos en nuestros lugares y empezó el juego.

Las botellas fueron cayendo de a una. Ninguno abandonó su copa. Primero se vació el champán, después terminamos una botella de vino blanco (porque total, ya estaba abierta), más tarde fueron apareciendo otros varietales, tintos para nuestro gusto. Jugamos sin señas. Jugamos hablándonos en un idioma que compartíamos de chicos y no habíamos olvidado. Él y yo decíamos pavadas, ella sacaba la carta necesaria en el momento justo. Cada mano merecía un nuevo brindis. No hace falta recurrir a los personajes de Dumas para que se entienda.

Éramos tres y éramos, por primera vez en mucho años, un equipo.

lunes, 20 de julio de 2009

Sensaciones

¿Sentiste alguna vez un par de lágrimas de vino recorriendo tu espalda?

¿Sentiste después los escalofríos de esa boca tomando las gotas de tu piel?


No siempre los buenos brindis necesitan copas

jueves, 16 de julio de 2009

Secretos



Él había resuelto dedicarle su vida al secreto de las vides y sus jugos, yo estaba metida, casi sin darme cuenta, en un mundo de música y vinos y blends y cepas y degustaciones del que sabía muy poco. Él relataba experiencias de enólogo en una bodega boutique de algún paraíso mendocino y yo estaba a gusto jugando a diferenciar varietales y hacer radio. Él hablaba de las virtudes de un vino mundialmente premiado y yo despotricaba contra una etiqueta que (debió reconocerlo) dejaba bastante que desear.

Habría sido una conversación más de las tantas que se daban entre bloque y bloque con cada entrevistado. Habría pasado sin pena ni gloria como el creador de un vino exquisito con etiqueta espantosa. Habría, todo esto, escapado de mi memoria si él, de más de cuarenta años, no me hubiese dicho a mí, que no llegaba a los 25, una frase que todavía recuerdo.

Vas a saber cuál es tu vino preferido cuando descubras a la persona con la que querés compartirlo.


martes, 7 de julio de 2009

Tempranillo

¿Y si mejor pasamos a un vino? Sí, sí. Me parece bien. Dale, ¿tenés copas a mano? Copas es lo que sobra en esta casa. Ok, y no sé dónde está el sacacorchos. Acá, tomá. Gracias. ¿Qué vas a destapar? Pensaba en un blend, cavernet sauvignon, malbec, merlot, ¿te parece? ¿No hay un tempranillo? Si estoy yo hay un tempranillo. Tomemos ese mejor, entonces. Mejor, sí... tomá, agarrá tu copa. Gracias. Falta un poco de música...


Ahí está. ¿Se puede fumar en esta casa? Sí, abrimos un poco la ventana y listo. Y necesito un cenicero. Acá tenés, es chiquito pero simpático. ¿Querés que invente algo para comer? Puede ser, ¿qué tenés? No, no traje nada, no planeaba cocinar pero algo puedo inventar. No, mejor armemos una picada. Hay quesos, aceitunas, fiambres, pan... Excelente, vamos con la picada, decime dónde encuentro tabla y cuchillo y yo me encargo. No, vamos a la cocina y preparamos juntos. Buenísimo... esperame un minuto que termino el cigarrillo así no me alejo de la ventana. Dale tranquila, no hay apuro, me gusta verte fumar.
Y así empieza el juego.

viernes, 3 de julio de 2009

Vino y Café (y viceversa)

Heredé un blog. Es una sensación extraña. Yo, a este blog, lo conozco desde el principio. Tiene cosas mías, muchas cosas mías. Tiene detalles y palabras y señales y rinconcitos míos pero no era mío. Era de Malbec. Y yo lo vi aparecer sintiendo que encontraba otro lugar donde tomar unos mates de vez en cuando. Otro espacio donde leer cosas lindas y ver cortos bien seleccionados y compartir comentarios con otra gente. Algunos conocidos y otros no.

Lágrimas de Malbec es un nombre precioso y eso me complica. ¿Cómo estar a la altura de algo que pensó alguien más? ¿Cómo sentirme como en casa? ¿Como cumplir con las expectativas? Hace más de un mes que tengo este espacio vacío de palabras atiborrada por esas preguntas. Hoy recordé un par de momentos, un par de diálogos con Malbec. Parece mentira cómo alguien con quien apenas hablamos puede descomprimirnos la cabeza y calmarnos el ánimo tan fácil.

A finales de marzo tuve una seguidilla de días complicados, atestados de tareas y llenos de incertidumbre. En un momento estallé. Le dije que no iba a poder, que no sabía cómo hacer con todo, que estaba sobrepasada. Me dijo que tenía que hacer como hasta ahora. Si llegaste hasta acá vas a encontrar el modo de resolverlo. Tenía razón. Cuando hace un par de semanas le conté todas las dudas por este blog. Me dijo que me estaba pasando de enroscada, que ahora este espacio era mío, que lo que sea que haga iba a estar bien.

Y yo sé que no son las grandes frases de un gurú espiritual. También sé que no ando por la vida buscando guías sino compañías. Entonces, acá estoy. Empezando, de alguna manera, a revivir este espacio. Ojalá, Malbec, me sigas proponiendo cortos para mirar de tanto en vez. Ojalá sepas que este espacio va a seguir siendo un poquito tuyo.

Porque, al fin y al cabo, el vino es más rico cuando se toma de a dos.


(en honor a las pruebas previas)