viernes, 27 de marzo de 2009

Gajes de la soledad - Hoy: Ir al cine solo

Estar solo no es tarea fácil. Y cuando digo solo no digo que uno está solo en la vida. Me refiero a no estar en pareja. Pero, cuidado, esto no es una queja. Me llevo muy bien con mi soledad. Bah, nos llevamos bien. Porque esto es de a dos, viste?

El tema que nos reune hoy (malbec de por medio, claro) es ir al cine solo. Empecemos por las cosas positivas que las hay. No hay que arreglar con nadie. No hay problemas de horarios. No hay que esperar a ninguna pareja impuntual. Y lo mejor de todo, no hay discusiones sobre qué película ver. Hasta acá lo positivo.

Pasemos ahora a las cosas feas, tristes o negativas que aparentemente tiene ir al cine solo. Uno hace la fila para sacar las entradas y empieza a cogotear hacia adelante y hacia atrás para ver si puede divisar a alguien en la misma situación. Difícil. La gente no va al cine sola. Mucho menos las mujeres. Si, ya sé, alguien me va a decir: "Yo tengo una amiga que siempre va al cine sola". Bueno, nunca la vi.

Cuando finalmente nos llega el turno a nosotros (a mi soledad y a mi, si) comprobamos que los complejos de cines cambian, las películas cambian y hasta las vendedoras cambian. Eso sí, lo que no cambia es la pregunta que más nos duele. Esa pregunta que nos enfrenta con nuestra realidad una y otra vez: "Una sola?". Sí, una sola. ¿Cuál es el problema? Acaso al que pide dos entradas le preguntan "Dos solas?"

Superada la compra de las entradas. Perdón, de LA entrada, llega el momento de entrar a la sala. ¿Hay algo peor que ir al cine solo? Si, que además de ir solo haya poca gente. ¿Hay algo peor que ir al cine solo y que además haya poca gente? Si, que la poca gente que haya sean 3 parejas.

Uno entra y automáticamente recibe las miradas de cada una de las personas que componen esas 3 parejas. Creo que la gente trata de averiguar si uno está solo o es que en realidad nuestra supuesta pareja se demoró en el baño o comprando algún que otro combo de pochoclos, nachos, gaseosas y panchos, y uno se adelantó a reservar las butacas. Lentamente se irán dando cuenta de que no hay ninguna pareja en ningún baño, ni comprando ningún combo de nada.

Elegir donde sentarnos con 3 parejas distribuidas por la sala no es tarea sencilla. El lado positivo de que haya poca gente es que uno evita tener que sentarse al lado de una pareja que, seguramente, es la más melosa de todo el complejo. Siempre tengo la suerte de sentarme al lado de la pareja joven, la pareja de la primera salida donde la pasión está a flor de piel y el cine y la película son una excusa para franelearse...

Me siento estratégicamente lejos de las 3 parejas, lejos de cualquier ruido a beso. Empieza la película. La disfruto. La paso bien. Elegí bien.

Llega el final. Particularmente me gusta quedarme leyendo los créditos. Me interesa grabarme los nombres de actores, directores de arte, sonidistas. Nunca supe bien para qué, pero lo hago. Las parejas también se quedan, aunque en este caso no por interés en los créditos, claro. Esta vez tuve suerte. No hubo tanto ruido a beso ni franeleo durante el filme. Por eso, respetuosamente me levanto y los dejo solos, con su pareja. Y yo, me voy con la mía...

miércoles, 25 de marzo de 2009

Dos copas

Hay un sonido, en realidad, es una sensación sonora. El instante en que el corcho se desprende de una botella por primera vez. El momento en que el hermetismo termina. Después, el vino respira. Después, los aromas se liberan. Después, el tiempo toma otra dimensión.

Antes empezó el ritual. Detectar el momento, elegir la botella, buscar el sacacorchos, encontrar las copas, traer el decantador, acomodar la luz para que sea precisa, tamizar la música para que acompañe justo... Pero después los minutos se frenan o se sobredimensionan.

Hay otro sonido. Las primeras gotas de vino fluyendo desde la botella a la copa o el decantador. Parece que no, sentimos que todo sigue normalmente pero la conversación se interrumpe y las acciones se detienen por una fracción de segundo para disfrutar de esos sonidos.

Después llega el aroma, después el sabor, después las sonrisas se tiñen y los recuerdos adquieren otro color. Después las palabras se distienden, los sentidos se profundizan, el ambiente se modifica, las miradas de transforman.

Podemos disfrutar de una copa solitaria de vino pero el ritual, el ritual es siempre mejor de a dos.


Gracias Alma!