miércoles, 4 de noviembre de 2009

Recién llegada



Echo dos vueltas de llave a la puerta de calle que acabo de cerrar después de entrar a casa. Tiro el manojo de llaves en la canastita estratégicamente ubicada para eso. Clara señal de que el mundo entero ha quedado afuera. En un solo movimiento suelto todas las cosas que traigo colgando de los hombros y enredadas en los dedos, quedan desparramadas y no se quejan (sospecho que están acostumbradas).

Los zapatos quedan desatendidos a la distancia exacta de un tranco sin interrumpir el avance hacia la habitación. Tampoco freno mientras voy sacandome la ropa, prenda a prenda. Entro al cuarto, justo antes de abandonar todo sobre la cama abarajo mi vestido impresentable y asquerosamente cómodo. Libero mi pelo del broche que lo sujetaba y que quedará olvidado por unas horas sobre la mesa de luz . Recién ahí me tomo los segundos necesarios para sentir el piso fresco contra la planta de mis pies.

Distiendo los hombros, dejo caer levemente la cabeza hacia adelante. Un instante, dos y finalmente me pongo ese vestido que alguna vez fue colorinche y ahora apenas lo demuestra. Camino despacio hasta la cocina, invento algo que llamaré cena, busco una copa y la lleno hasta la mitad de tempranillo. Vino en mano elijo una película, acerco el plato, me siento plácidamente, levanto los pies y pongo play. Ese es el placer de la casa sola.

Una copa de vino puede ser una gran compañía.